“Volví a ver a la ventana y me dije: ¿Y yo qué hago aquí?” 🥲
“Volví a ver a la ventana y me dije: ¿Y yo qué hago aquí?” El día que la periodista y poetisa nicaragüense Vilma Duarte se hizo esa pregunta, no estaba escribiendo, ni realizando una investigación exhaustiva, se encontraba cuidando a un niño en su primer trabajo decente tras varios meses de haber abandonado su país con rumbo a Estados Unidos.
Antes de experimentar lo que sintió Alfonso Cortés cuando lo encerraron en la casa de Rubén Darío en León, en el noroeste de Nicaragua, Vilma Duarte vivía de su intelecto, iba y venía conociendo lugares y personas gracias a su profesión y su talento, pero de pronto, ese “viento de espíritu” que arrebató al poeta en 1927 hizo lo propio con ella, hasta “bullir locos pretextos, que estando aquí ¡de allá me llaman!”.
“Yo estaba acostumbrada a estar en un lugar entrevistando a una persona, o ir viajando a conocer un lugar, hacer un reportaje, pero estar encerrada entre cuatro paredes me hizo sentir como en una cárcel. Todas esas cosas vinieron rápido en mi pensamiento, pero la realidad me llamaba, yo tenía que cuidar ese niño”, cuenta a Qué tal Nicaragua.
Es la experiencia que pasan todos los profesionales que se ven obligados a abandonar Nicaragua, y que llevó a la licenciada Vilma Duarte a trabajar en un restaurante donde fue estafada, vender nacatamales, cuidar niños, ofrecer productos Mary Kay, o conocer cientos de personas como cajera en una gasolinera.
CONSEJO DE MADRE
Vilma Duarte nunca olvidará su primer empleo, el que se vio obligada a tomar pese a la clara advertencia que había en el cartel de la entrada: “Coyote”.
“Mi primer trabajo fue en el Downtown de Miami, lavando unas cazuelas todas contilosas (llenas de hollín) en una cafetería mexicana que se llamaba El Coyote, y al quinto día me ‘coyotearon’ (robaron). Salía remojadísima, me montaba en el bus toda remojada para venir a mi apartamento, y cuando llegué ese día con la esperanza de recibir mi primer sueldo, la cafetería estaba cerrada, al dueño jamás lo volvimos a ver”, recuerda.
Desolada y sin dinero, Vilma recordó cómo ella y sus hermanas miraban a su mamá haciendo hielo para vender a un córdoba la bolsa y les decía: “Hasta de ese peso ustedes van a necesitar”.
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Finalmente debió imitar a su mamá, pero no con el hielo, sino con la venta de nacatamales. “Con eso empecé a sobrevivir en Miami”, afirma.
Una cosa llevó a la otra, y entre la clientela apareció la familia de aquel niño, que al contratarla como babysitter, se convirtió en “angelical diana”, porque le permitió un trabajo estable y retomar el don que le une a Cortés.
LA POETISA RENACE DESDE SU VENTANA
Para su sorpresa, el niño era nieto del fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), Carlos Fonseca Amador, pero lo que la hizo alucinar fue que también terminó cuidando a los tataranietos de Cornelio Hüeck, el segundo hombre más poderoso de Nicaragua durante la época de Anastasio Somoza Debayle. La descendencia de dos personajes antagónicos.
“Imagínate lo que me ha puesto la vida enfrente, quizá siento que tengo que hacer un trabajo periodístico ahí”, señala, con el espíritu de periodista desatado, la poeta que se estableció en Miami hace 12 años.
Desde que la vida le dio “un giro de más de 180 grados” nada más pisar el aeropuerto de Fort Lauderdale, las cosas han cambiado para Vilma.
Publicó su primer libro con apoyo de las autoras nicaragüenses Vida Luz Meneses y Rubí Arana, se unió a un grupo de poetas cubanos, y su hijo, al que soltó “como un animalito en la selva” cuando entró por primera vez a la escuela sin saber nada de inglés, creció y se hizo cantante.
Entre sus más gratos recuerdos está el día en que presentó su libro “Richter” en la Feria del Libro de Miami, ya que fue la autora más aplaudida pese a ser la novata. Tan novel era, que ni siquiera tenía quién la presentara, pero el poeta Roberto Cuadra, quien sin ella saberlo había leído su libro minutos antes, le dio una presentación más que digna.
Y Vilma honró las palabras de su presentador, al punto que arrancó los más fervientes aplausos de su memoria.
“La gente se puso de pie, y me dijo el director de la Feria del Libro: Sin duda alguna fuiste la poeta más aplaudida. ¡Se me cayó el libro de las manos!, los anteojos se me cayeron también, pero como me sabía los poemas de memoria, los recité de memoria y se me quitaron los nervios”, recuerda.
Ahora Vilma tiene otro libro, que está a un “Click” de ser impreso, “Click”, con mayúscula y entre comillas porque, de hecho, ese es su título, porque “para todo hacemos click, en el teléfono, con la persona que miramos, que te gustó y que le cerraste el ojo, hace click en las relaciones interpersonales”, explica.
Vilma sostiene que no ha sido fácil llegar a hacer “Click”, con mayúscula y sin mayúscula, pues ha ido aprendiendo “de los golpes de la vida”, pero, como le dice a su hijo: “La ‘Tierra prometida’ no es un lugar físico, es lo que uno consigue en la vida”.
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Para Vilma, la tierra prometida también está en contar la historia: “Nosotros los escritores, los periodistas, tenemos una misión similar a los que escribieron la Biblia, porque todo el mundo puede limpiar piso, lavar plato, pero escribir no todo el mundo puede, el don lo tenemos nosotros, y ese don por algo nos lo dio Dios, y pienso que estamos aquí para testificar lo que se vive aquí”.